Fuck society

Dicen que todas las personas que cruzan nuestro camino tienen una misión en nuestra vida, todas y cada una ellas tiene una lección que enseñarnos.

En mi vida, y más en mis viajes, he tenido el placer de encontrarme con gente que me ha enseñado mucho. Uno de los que más recuerdo es John (los nombres en mis relatos no son reales). John es un joven alemán de, entonces, 23 años, quién después de terminar su carrera en ingeniería decidió que no iba a seguir envidiando las historias de viaje de sus amigos y emprendió un viaje de mochilazo durante un año al hemisferio sur.

Trabajó en distintos lugares de Australia, desde un restaurante vegano en Melbourne hasta una tienda de souvenirs en el Great Ocean Road, lo suficiente para ahorrar el dinero necesario para emprender un viaje por el sureste asiático.

Conocí a John en julio 2015, durante un viaje en autobús en Indonesia, cuando iba de Ubud (esa ciudad tan relatada en «Eat, pray, love») a Lovina, un lugar famoso por los delfines que nadan cerca de sus playas. Un lugar aburrido, me habían dicho, pero que si hacías los amigos indicados podía ser una gran aventura. Y lo fue.

Sin embargo, no es en Lovina donde aprendí tanto de John. Fue cuando después de casi 1 semana en Bali, dejando atrás a nuestra amiga belga, decidimos seguir nuestro viaje a Java, la isla que alberga la capital indonesia. Sólo él y yo.

Al principio tenía miedo, ¿qué tal si no nos llevábamos tan bien y se hartaba de mi a mitad de camino?. Pero mientras los días pasaban nos fuimos haciendo más cercanos. Hablábamos de todo: de nuestra forma de ver la vida y nuestros viajes, de cómo era nuestra vida en «casa» (para un viajero eso es un término tan relativo) y cómo nuestra cultura. Éramos muy opuestos, un alemán y una mexicana. Había muchas cosas que él no entendía de mi y otras tantas que yo no comprendía de él pero de alguna u otra manera nos complementábamos.

Yo admiraba tantas cosas de su personalidad. Su libertad, su generosidad, su amor por la vida (no sólo la suya, sino la de todos los que lo rodeaban), su confianza en la humanidad, su capacidad de decisión y como se mantenía firme ante lo que quería. Pero de todo, lo que más le aprendí y aún resuena en mi mente es lo que me dijo cuando comenzamos a hablar sobre volver a casa.

Caminábamos por el mercado de Yogykarta, buscando recuerditos, cuando hablamos al respecto. John iba a regresar a Alemania después de 13 meses de viaje, el mismo tiempo que yo tardé en volver a México cuando viví en Europa. Su plan era pasar 6 meses en casa para volver a emprender un viaje, esta vez a India. Yo, cuando regresé de Europa, pasé 6 meses en México antes de volar a Australia.

John estaba emocionado de volver y con razón, después de 13 meses sueñas con volver a ver a tu familia y seres queridos… pero le advertí lo que todos me dijeron cuando estaba por dejar Europa: volver no es fácil.

-¿Por qué lo dices?- me preguntó.

-Es muy bonito volver, ver a toda tu familia y amigos después de mucho tiempo… pero cuando pase la euforia de los reencuentros te darás cuenta de que has cambiado y que muchos de tus seres más cercanos no lo entenderán.- le dije.

-No comprendo, ¿a qué te refieres?

-Has visto muchas cosas en tus viajes, tu forma de ser y pensar han cambiado, una vez que te establezcas empezaras a notar como muchas de tus nuevas ideas y actitudes no le gustarán a todos. Ellos creerán que sigues siendo el mismo que dejó Alemania y les costara aceptar que no es así. Yo lo noté en muchos aspectos de mi vida, como por ejemplo en mi forma de vestir: desde por usar shorts hasta por usar estos pantalones- señalé unos pantalones estampados, tipo globo, que casualmente ahora están muy de moda-, la gente se me quedaba viendo… y a mis papás no les gustaban muchos de mis vestidos «por ser muy cortos».

-¿Y?- me preguntó con una mirada incrédula por lo que oía.

-Pues tuve que dejar de vestir como me gustaba para que eso dejara de pasar, para encajar en mi sociedad.

-¡¿Y?! ¡»FUCK THE SOCIETY«! (¡A la #$%& la sociedad!)- me dijo enérgicamente- Era sólo tu forma de vestir, no es que fueras parte de un grupo minoritario o algo así. No puedes dejar de ser tú por complacer a otros. No debes prestar atención a lo que digan los demás.

Dejé de caminar y él sin inmutarse siguió buscando souvenirs por el mercado. Perdí la necesidad de objetar. Me quedé pasmada. Tenía razón. ¡¿Cómo permití que la opinión de otros controlara tanto mi vida?!.

Desde entonces, cada que pienso en qué pensaran los demás de mi, la voz de John resuena en  mi cabeza: «Fuck the society!». Y entonces soy fiel a mi misma y hago lo que deseo.

Jakarta, la capital de Indonesia, fue el último lugar al que viajaríamos juntos y el momento de despedirnos fue algo agridulce. Yo seguiría mi camino en dirección a Bogor y él volaría desde Jakarta de regreso a Europa (a Barcelona, donde su hermano estudiaba de intercambio, y razón por la cual le estaba enseñando algunas palabras en español). No quería decirle adiós. No entendía como en tan poco tiempo, escasas 2 semanas, me había encariñado tanto con alguien; como en tan solo 15 días alguien había cambiado mi vida así, como es que me había enseñado tantas lecciones. Y creo que él sentía igual.

Cuando nos despedimos yo le dije que nunca lo olvidaría, que siempre sería uno de mis viajeros favoritos y que, junto con el hombre burbuja, él sería una de mis historias favoritas que contar. Él me dijo que yo era su «bubbleman».

A veces pienso que Dios me envió un ángel para cuidarme en esa aventura.

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